EL BUSCADOR

Estado, mercado y sociedad; Reflexiones a partir del caso Pluna. Por Gonzalo Civila López*


La forma en que se piensa y se construye la relación sociedad-Estado-mercado es objeto principal de la política y hace a la definición de un modelo de desarrollo. Pese a las características bien particulares del sector aeronáutico (considerado bajo cualquier perspectiva y desde cualquiera de los tres términos de la tríada), la historia de Pluna puede ser leída como un ejemplo de las vicisitudes de la resolución práctica de esa relación. Fundada en 1936 con apoyo técnico y financiero inglés, el control público de una empresa nacional de aviación se completó en 1951 al consagrarse su existencia como ente autónomo, bajo el influjo del segundo batllismo. En los noventa, el neoliberalismo aplicado por los gobiernos blanquicolorados, con su obsesión promercado, privatizó Pluna, cediendo a empresas amigas negocios conexos rentables para la aerolínea, y posteriormente asociándola con privados, hasta llegar al absurdo de entregarla a su competidora Varig, que lisa y llanamente la quebró. Más allá del conjunto de decisiones prácticas que debieron tomarse, el Frente Amplio en el gobierno se enfrentó con Pluna a dos opciones básicas: cerrarla, formalizando la quiebra, o apostar a su supervivencia; y, en caso de optar por la segunda, garantizar el negocio asociándose en minoría con privados o hacerse cargo de la propiedad y la gestión de la empresa. Cualquiera de las posibilidades conllevaba riesgos. Se optó, entre todas, por la alternativa aparentemente menos radical, y entre las que apostaban a la supervivencia de Pluna, por la aparentemente menos costosa: asociarse en minoría con un privado. Pluna volvió a ser conducida en función de los intereses particulares de un grupo empresario y el resultado fue la profundización de lo que había dejado el ciclo neoliberal: un Estado prácticamente inerme haciéndose cargo de las pérdidas, y una empresa que dejó de volar. Luego la historia por todos conocida, la más reciente, que se inscribe dentro de la misma línea de acción. Decir, con el diario del lunes, que el camino que elegimos para Pluna fue equivocado, es una obviedad que no amerita ningún artículo. Lo que sostengo aquí es que nuestro error originario no se reduce a la elección del socio sino que se encuentra antes que nada en el modelo de negocio y el papel reservado al Estado en él, y que además el caso –muy complejo por la particularidad del sector aeronáutico– da cuenta de una tensión no resuelta por nosotros, la izquierda, en lo que hace a la relación Estado-mercado-sociedad. Esa tensión, planteada desde antes de asumir el gobierno (basta recordar, por citar sólo un caso, las posiciones existentes dentro del Frente Amplio ante la ley de privatización de ancap) y que persiste hoy (con ejemplos tales como la discusión de la ley sobre proyectos de participación público-privada o algunos debates del último congreso programático), tiene, como decíamos al principio, consecuencias sobre la definición de un modelo de desarrollo, no porque deba resolverse de una vez y para siempre para aplicar mecánicamente alguna conclusión –como si se tratara de una receta– a cualquier situación, sino porque es preciso asimilar las lecciones de la historia y orientar nuestras prácticas adecuadamente en función de objetivos estratégicos, reconociendo la naturaleza de las lógicas y dispositivos a los que se puede apelar y sus consecuencias probables, evitando así invertir tiempo, energía y recursos en recorrer caminos equivocados. Reivindico aquí la necesidad de conceptualizar, y de pensar modelos, nunca copiando ni como actitud dogmática, sino como actitud razonable de quien no puede pensar cada problema por primera vez como si no existiera experiencia o ideología, y de colectivos que no se resignan a dejar libradas al mero razonamiento individual de los eventuales tomadores de decisiones (por más compañeros, honestos, inteligentes y comprometidos que sean), orientaciones generales tan importantes. Reivindico también la existencia de alternativas al estatismo burocrático y al liberalismo mercadocéntrico. El Estado puede ser definido de muchas maneras (entre otras como alienación de la sociedad civil, como instrumento de dominación de clase, como aparato burocrático, como amortiguador de los conflictos sociales, como administrador de intereses diversos e incluso contradictorios, como escudo de los débiles, como portador del “interés general”, como garante de los negocios privados y del orden dominante, como juez y gendarme, y en cualquier caso como expresión de correlaciones de fuerzas). Cualquier definición ahistórica y descontextualizada sería equivocada, porque los estados hacen parte de un sistema, y por otra parte varias de esas protodefiniciones son compatibles entre sí y pueden dar cuenta de factores que conviven de forma dinámica en una realidad concreta. Lo cierto es que “el Estado”, que además es transformable, no puede ser para nosotros mala palabra, y que el realismo en política no debe jamás presuponer una adaptación pasiva de los instrumentos públicos a la inercia de lo existente –determinado por otros factores de poder– o a las restricciones de una realidad heredada. Así lo hemos demostrado con hechos y resultados, que hacen que los gobiernos del Frente Amplio sean cualitativamente distintos e infinitamente mejores para las grandes mayorías que los gobiernos de la derecha. Si los objetivos de conectividad o soberanía ameritan correr riesgos, poner los recursos del Estado al servicio del control de una aerolínea de bandera no es a priori una opción a descartar. Tampoco lo es la muy buena idea de financiar y garantizar un emprendimiento de los trabajadores con compromiso nacional y que no funcione basado exclusivamente en la lógica del lucro, siempre y cuando exista propiedad social y no derive en otra forma de socialización de pérdidas. Si la opción era perseverar en el camino andado por los gobiernos anteriores, hacerlo solos y pagar el costo parece harto equivocado. Digo todo esto sintiéndome parte de las decisiones de nuestro gobierno –las acertadas y las equivocadas–, y lo digo también con ánimo constructivo hacia adelante. Asunto aparte es la justa decisión del ex ministro de Economía de dejar su responsabilidad para someterse al Poder Judicial en igualdad de condiciones respecto de cualquier otro ciudadano, y el recurso a la judicialización por parte de los que de modo oportunista, y habiendo destruido Pluna, ponen en la picota a algunos individuos por decisiones políticas colectivas. Quiero terminar esta nota diciendo que todos nuestros logros, los sostenibles, los que efectivamente han transformado el país, supusieron el abandono de la lógica liberal, una fuerte intervención del Estado y una apuesta contundente a la sociedad, únicas formas conocidas de contrarrestar, aun dentro del sistema, las tendencias capitalistas a la concentración y la exclusión. En la profundización de las políticas de estímulo a la economía social (que también debe resolver su dificultosa relación con el Estado y el mercado), en la asociación y autogestión de los trabajadores, se encuentra una de las claves para el avance de los cambios que hemos iniciado, esos que no deben detenerse, porque más que como momento de una alternancia debemos seguir pensándonos como alternativa. Ojalá Pluna termine siendo una buena metáfora de lo que puede hacerse: un Estado activo que con los trabajadores organizados logra revertir el desastre del mercado. La izquierda de los resultados somos todos, y errores también cometemos todos, lo bueno es aprender, y asumir, crítica y autocríticamente, la interpelación política que nos deja la experiencia. Porque sabemos que la obtención de resultados no pasa por la “desideologización” o la tecnocracia, sino por la persistente lucha por un proyecto colectivo, que debe crearse y recrearse permanentemente, para ser capaz de cumplir sus objetivos y para no dejarse jamás conducir por nada ni por nadie más que por el interés de las grandes mayorías nacionales y por los principios libertarios y solidarios de una concepción alternativa del mundo. Ese proyecto, en curso, el único proyecto popular que existe en el país, se juega su continuidad y profundización en el terreno electoral en este año que comienza. Aquí estaremos, juntos, sin sectarismos, pretensiones hegemónicas, ni condicionamientos, poniendo todo lo que tenemos para seguir transformando a Uruguay. *Profesor de filosofía, Secretario Político de la Departamental Montevideo del PS, integrante del Comité Central del PS. Fuente: Brecha 17 de enero 2013

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